Nos acoge, nos protege, nos quita las piedras del camino… Hasta que llega un momento que nos enseña a aprender de la manera que menos nos imaginábamos.
Es preciosa, está llena de
pasión, de aventura, de primeras veces y de segundas, de intentar y volver a
intentar, de alegría, diversión y momentos para guardar en un frasquito y
volver a revivir cuando más se necesite… Esa es la vida. La vida con la que nos
tenemos que quedar para seguir adelante, para poder mirar atrás y ver un campo
de rosas y no de espinas.
La vida tiene lo mejor y lo peor.
Te lo da todo o te lo quita todo. Hoy estás arriba y mañana no sabes qué ha
pasado. Pero la vida está ahí por algo. La vida está para enseñar y hacernos
fuertes. Y aunque parezca una locura, y aunque parezca un desafío, si nos
dejamos, la vida nos da de los momentos más duros y difíciles, los más bonitos.
Nos enseña a apreciar lo que tenemos y sobre todo a quién tenemos. Nos enseñar
a saber dar la prioridad que se merecen las cosas y, sólo y únicamente, cuando
se las merecen. Nos enseña a decir “no pasa nada” cuando sabemos que sí puede
pasar algo y a decir “el destino pone cada cosa en su lugar” aunque estemos muy
seguros de que no va a ser así.
Pero si me dejáis dar mi opinión,
tengo que decir que la vida me ha enseñado, porque me he dejado enseñar. De lo
que jamás pude imaginar que iba a pasar, pasó y de lo que nunca me imaginé cómo
sacar lo positivo, lo saqué.
La vida te dará lo mejor si tú la
dejas.
La vida está para vivirla.
Y en todos los cuentos de hadas o
princesas siempre hay un antagonista.
Vive la vida.
Si yo la disfruto, tú también.